En los últimos meses hemos vivido una oleada de cancelaciones de artistas que tenían previsto tocar en diferentes festivales. Resumen rápido de la situación:

  • En verano de 2024, el fondo pro-israelí KKR adquiere Superstruct Entertainment.
  • Esa era una de las principales empresas organizadoras de festivales en Europa, con más de 80 eventos a espaldas.
  • En España, esos eventos incluyen el Sónar, el Granada Sound, Arenal, Viña Rock o Brava.

De modo que muchos artistas han decidido bajarse del cartel y no colaborar con una empresa que financia el genocidio del gobierno israelí en Palestina. En el Brava, en Madrid —que puede ser el que más de cerca nos toque a los que leemos slash escribimos en esta web—, se han caído del cartel Pixie Lott, Aquaria, Villano Antillano, Lala Chus, Oro Jondo o Abril Zamora. Y la gente está que trina porque de pronto el Festival se ha quedado mudo y no ha comunicado la salida de ninguno de ellos.


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De pronto al festival Brava no es que le haya comido la lengua el gato, es que lo suyo es directamente Isidoro dándose un festín de sardinas. Lo suyo no es estar mudo, es que se han puesto la cinta aislante que Carmen Sevilla utilizaba para alisar su cuello, pero empezando desde la boca. Ni mu, oye. Ni esta boca es mía. La expresión, no el clásico de Sergio Dalma. Eso era chica, no boca. No me liéis.

Brava tampoco está dando opción, claro está, de devolución de entradas, porque si no ha comunicado cancelaciones, está como para comunicar nada más. El caso es que hay otros artistas que cabría pensar que, por ideario, se caería del cartel también, como es el caso de Chica Sobresalto. Pero al ser preguntada por ello, ha dado una respuesta que el gran público no ha tenido muy en cuenta hasta ahora:

“No tengo dinero para cancelar y pagar lo que me cuesta incumplir un contrato. Literalmente no tengo dinero en mi posesión que cubra eso.”

A Zahara le ha ocurrido también algo similar al ser preguntada por su participación en el Granada Sound:

“No tocar este año supone asumir unas posibles consecuencias legales y económicas vinculadas a un contrato firmado que yo, personalmente, no puedo asumir. Por supuesto el año que viene no tocaré en ningún festival vinculado con KKR, pero con todo mi pesar los de este año no puedo eludirlos.”

Y es que muchas veces nos imaginamos a los artistas en una piscina de monedas de oro como a Tío Gilito, pero a muchos nombres que funcionan desde la independencia —la discográfica, no la de Arnaldo Otegi— o desde sellos muy pequeños, les es completamente imposible romper acuerdos de este tipo.

Es decir, no es como Silvia saliendo de Gran Hermano con un simple “pues nos vamos lo’ doh”. Es bastante más complejo porque dejar de tocar tiene consecuencias poco asumibles. Un contrato no es algo que puedas romper y quedarte tan ancho cuando ese dinero lo utilizas precisamente para la creación de tus siguientes proyectos.

La clave en todo esto está en el público: la no asistencia y la presión, como consumidores, para pedir la devolución de las entradas por cambios de cartel debería ser el camino a seguir. Y todos sabemos que muchas veces se pone a los artistas en un brete, pero después tenemos colas de dos horas y media para pedir una cervecita fría, la financie el KKR, el Sursum Corda o Tenesoya de Popstars.

Igual ahí es donde deberíamos mirárnoslo.

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