A Justin Bieber se conoce que le han dado cuerda en los últimos meses. Alguien le ha debido meter a Speedy González entre pecho y espalda, porque el tío además de dejarse bigotes absurdos, está que no para. Primero lanzó singles non-stop, luego ‘Justice’, el álbum completo, después un álbum más completo aún con otra media docena de cortes y ahora… otra media docena de canciones dentro de un nuevo EP, ‘Freedom.’.
Y si ya el mensaje de ‘Justice’ -y el de ‘Changes’- era un poco estrella del pop gone testigo de Jehová, lo de ahora es directamente Flos Mariae pero en Queens -el barrio, no los discos de Nicki Minaj-. Porque Justin Bieber se ha acordado de la negra aquella que cantaba, que murió…. la hermana Carmela que vino de El Congo, y ha terminado viendo a Dios como nunca. A Dios y a la Madonna de ‘American Life’, porque si os acordáis de cómo rapeaba ella en aquel disco, este sería su simil masculino.
Justin Bieber hace lo que puede con el tema de rapear, y lo que puede es bastante insuficiente. Digamos que lo que le sale es más una misa en clave spoken word con una base de fondo. Como si al cura de tu iglesia le hubiera dado por hacer ASMR en mitad de la ceremonia mientras la señora del organillo toca una de Ne-Yo. Más o menos así es como suena.
Y mira que la cosa empieza bien, con ‘Freedom’, pero va cuesta abajo y sin frenos: ‘All She Wrote’ tiene un pase, pero a partir de la tercera… ya se pone en plan Nati Abascal borracha diciendo que él quiere a todo el mundo y que es una persona muy humana. Justin Bieber, de verdad, ¿cuántos discos más vamos a necesitar para creernos tu reconversión? Si eso, avísanos cuando termines de anunciarlo y nos reenganchamos tras las misas y aleluyas.