Si pensabas que Mikel Izal iba a tener el monopolio del pop español en cuanto a red flags, Alejandro Sanz ha llegado para dejar claro que él también quiere su cuota y no está dispuesto a quedarse con un pedazo pequeño del pastel banderil.


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En las últimas horas, el cantante ha sido protagonista de las declaraciones de una muchacha llamada Ivet Playà, que ha contado la relación que mantuvo con el cantante. Aclarando que nada de lo que Ivet cuenta es ilegal, lo que sí es es de una ética discutible. Vamos, discutible no, es directamente Aramís Fuster levantándose en plató gritando “soy ciudadana de un país democrático, ¿¡te quieres callar?!”. Ese nivel de discutibilidad.

Alejandro Sanz, según la historia que cuenta Ivet, no es que tenga red flags, es que a su lado el desfile chino de las fuerzas armadas es algo prácticamente incoloro. Es que a lado de sus banderas, La Pasionaria era más bien beige. Es que las red flags de Sanz son tales, que ha pensado patentarlas y pedirle a Pontejos que en adelante se abstenga de vender telas de cualquier tono similar. Paz Padilla style.

Ivet viene a contar que el cantante lo contrata cuando ella tiene 22 años y pasan a tener una relación de fornicio y cucharita después de que él la conociera “en privado” cuando tenía 18 años y él practicamente 50. Vamos, que a su lado, Risto Mejide es un amante de las MILFs. A su lado, la cita más joven de Leonardo Dicaprio fue la madre de Cher, Georgia Holt.

Así lo ha contado Ivet a través de las redes sociales, después de sentirse utilizada y abandonada por el artista:

“Todo empezó en 2015, yo era su fan y él me siguió en redes sociales y yo alucinaba con que alguien como él, tan famoso y tan querido por todo el mundo, me mandara mensajes privados, me comentaba mis fotos o incluso publicaba cosas mías en sus redes.

El vínculo fue a más y quedamos por primera vez en privado cuando yo tenía 18 años. Él tenía 49 en ese momento. Para mí ha sido muy dura asumir que Alejandro Sanz sabía perfectamente lo que yo era, desde el principio lo sabía. Yo era una niña. (…)

Con 22 años dejé mi hogar en Barcelona para mudarme a Madrid, sola, porque Alejandro Sanz me contrató para trabajar para él y bueno, en esa época no sé realmente el motivo, pero nos espiaban las conversaciones que manteníamos por privado. Y la verdad es que yo al menos no tengo nada ni tenía nada que esconder. Pero bueno, aun así mi vínculo personal con Alejandro Sanz fue irremediable y se convirtió en íntimo y sexual.

Se suponía que estaba viendo un sueño, un sueño más de su mano, pero la realidad es que se convirtió en una terrible pesadilla. No tengo palabras para expresar lo que ha sentido. Me siento engañada, me siento utilizada, me siento humillada. Me siento incluso sucia porque no sé quién ha podido llegar a ver lo que yo le mandaba en mi más absoluta intimidad.

Siento que aún intentando justificarle (…) sus acciones llegaron a traspasar cualquier límite de lo que yo consideraba y considero moral o incluso humano. Recuerdo una entrevista que dio en marzo de este año, decía que se lleva gente por delante y decía que es peligroso. A mi Alejandro Sanz me ha llevado por delante. A mí me ha dado miedo. Él mismo lo reconoce y creo que vive en una realidad paralela que lleva construyéndose desde hace muchísimos años. Creo que siente que está por encima del bien y del mal.

Eso es terminamente peligroso porque creo que en el fondo lo está. Todo el mundo se lo consiente y nadie es capaz de plantarle cara y eso es aún más peligroso.”

Nuria Marín ha completado un poco la narrativa de Ivet, asegurando en un vídeo que ha compartido en sus redes y que podéis ver también al final de este post, que la muchacha fue contratada para “unificar los clubs de fans de Alejandro Sanz” -WTF, sinceramente, ¿no había nadie cualificado para ello que escoges a una fan al babalá? Muy Pantoja coded– pero que fue despedida del trabajo poco después. Y que la primera relación que tuvo con Sanz, o más bien con su equipo, fue al hacer un trabajo en el instituto sobre su música, para el cual recibió respuestas a varias preguntas por parte del, según parece, equipo de Sanz. Pero lo que está claro es que de ahí en adelante la cosa va a mayores, y sea como fuere, ella termina trabajando para él.

Lo que no esperaba, francamente, es que Alejandro Sanz fuera a responder en redes al caso, pero bien es cierto que la bola se ha hecho grande. Por un lado, tira de la estrategia habitual del señoro promedio en el que lo esencial es dejarla de despechada. En este caso, actúa así porque, según Sanz, esta le pidió invertir en unos negocios familiares y esta dijo que no. Su equipo, según lo que se deduce de lo contado por Nuria Marín, es más de la teoría de que actúa así por lo del despido. Igual una narrativa común hubiera ayudado más a Sanz.

“Ivet, yo tenía un recuerdo muy bonito de nosotros dos, personas adultas compartiendo su cariño, siendo libres. Qué pena que este sentimiento se haya roto ahora. En el mes de mayo me ofreciste participar en invertir en unos negocios familiares tuyos, tras revisarlo con mis asesores te dije que no.

Siento que tu reacción sea esta pero quiero que sepas que nunca he sido partícipe de estas prácticas y así seguiré toda mi vida. Te deseo encuentres pronto tu camino y felicidad.”

La clave, para mí, es el momento en el que el cantante de clásicos como ¿Y Si Fuera Ella? cuenta que “guarda un recuerdo bonito de dos adultos compartiendo su cariño, siendo libres”. Benditos eufemismos. De nuevo, no hay -en apariencia- nada ilegal en todo esto, pero la relación de poder que puede crearse entre una muchacha desempleada que lo persigue por conciertos y un señor multimillonario al que ella idolatra es una cosa loca. Y que él, a sus 50 tacos, no solo no pueda darse cuenta de esto sino que le de alas al asunto, es otro tema aún peor.

Como diría Kendrick Lamar, Tryna strike a chord and it’s probably A minor.

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