Acabo de terminar el documental de Aitana, Metamorfosis -disponible en Netflix– y aún no se cuál es el punto de su existencia. Gira en torno a los conciertos que Aitana no dará en el Santiago Bernabéu, pero tampoco la vemos ensayarlos ni prepararlos específicamente. Trata en torno a su salud mental, pero no vemos a nadie cuidar de ella. Es sumamente de agradecer que no sea el típico documental publicitario como el de la gran mayoría de artistas, pero seis episodios mostrando la realidad de Aitana dan la impresión de servir como herramienta de salvación de alguien que necesitaba desesperadamente volver a contectar con el público. Y a Aitana puede hacerle falta un poco de tocar césped, pero desde luego, no necesita una mayor conexión con un público que llena sus giras, hace sus álbumes multiplatino y la lleva a encajar hit tras hit. Al menos hasta la fecha de hoy. Por tanto… ¿cuál es el objetivo real de semejante documentación audiovisual?
Seis episodios de unos 40 minutos en los que vemos a todo su equipo lanzarse por una ventana sin paracaidas. A nadie que lo haya visto le puede sorprender que Aitana haya despedido a su manager justo en coincidencia con su lanzamiento. Lo raro es que no los haya despedido a casi todos. Incluida a su familia, que debería tener el finiquito en la mesa desde la visualización de la primera media hora.
Aitana se lamenta varias veces de que la gente la considere un producto de una discográfica -de hecho, es una de las cosas que todo esto más se empeña es desmontar-, pero todo el que la rodea la trata como un absoluto producto. Hay poca empatía por la persona y mucha preocupación por el producto. El padre le habla computando mentalmente streams. Su equipo, calculando los ceros de cada uno de sus movimientos.
El hundimiento de todo el equipo
Casi toda la gente profesional que aparece en Metamorfosis deja en la audiencia del documental unas vibras nefastas. A medio camino entre un equipo de mafiosos y el equipo de montaje de una máquina tragaperras. Es lógico, trabajan para una empresa y necesitan que todo resulte solvente. Pero es curioso que ese mismo equipo haya intentado visibilizar una salud mental que, una conversación tras otra, se pasan por el mismísimo arco del triunfo. La única persona mínimamente preocupada por la cantante -y a su vez por el proyecto- parece su A&R. El resto, discurso de “estoy intentando que entienda la situación” mediante, la lleva a una agenda y unas decisiones a las que se niega de principio.
Aitana se pasa los seis episodios obsesionada en buscar nuevos techos. Nunca en disfrutar el momento que ha conseguido montarse. No es una artista que haga una gira por mostrar su música al público, por acercarla y sacarle todo el partido en un directo: lo hace porque quiere ser la #1, o más bien, porque la convencen de que ha de serlo.
De ahí que se queje de su ajetreo, de su agenda imposible, del poco tiempo que tiene para trabajar en un álbum -ni falta hace que lu jure, hasta ahora-… pero es que todo el punto de su perfil profesional es “¿qué puede hacer ahora Aitana para ser más grande?”, nunca “¿qué puede hacer ahora Aitana para seguir desarrollando su arte?”. El arte, salvo para sí misma, es lo de menos aquí.
La prensa del corazón: ni contigo, ni sin ti
Otra de las grandes incoherencias de este documental es la Aitana que quiere mantener cierto punto de anonimato. La misma Aitana que asegura que le da mucha vergüenza que la reconozcan mientras se pasea por su pueblo -obligada por sus padres- rodeada de cámaras y técnicos. Discreto todo. La misma Aitana que se pasea por un Festival entre el público para llegar a la zona VIP. La misma Aitana que se agobia porque no entiende el interés público y mediático de su relación con Yatra, aunque lo citen y aparezca en la mayor parte del documental. Ruptura definitiva incluida. Porque lo importante, otra vez, no es ella, es el contenido del documental. Y qué momentazo da hablar de esto con esas imágenes de fondo.
Aitana interesa en los medios de corazón porque su equipo quiere que así sea. Y la han convencido de que eso ha ocurrido de forma natural. Porque ella es tan grande que la prensa se interesa muchísimo por su vida. La realidad es que Aitana no es mucho más grande que Lola Indigo o Bad Gyal, de las que no sabemos nada. Hay un momento en el que su manager asegura que, claro, como el público la ha conocido en un reality, necesitan seguir sabiendo de su vida privada. Porque no existe la opción de tener un éxito como el de Lola Indigo o Amaia, compañeras de edición que llenan también grandes fechas sin que la prensa las siga especialmente. A Aitana, de forma mágica, la pillan en todas. Al entrar, al salir, al darse un beso y al hacer la cobra: en todas. Cuesta pensar que, a estas alturas, no se haya dado cuenta de que todo eso ocurre a golpe de telefonazo y chivatazo. O quizás lo ha hecho al revisar el documental.
Aitana, tabla de salvación
“Es perfecta cuando es vulnerable”, dice la manager cuando, en un momento de la emisión, la vuelve a tratar de cajero automático a todos los niveles. Lo cierto es que no, cuando es vulnerable resulta incluso incómoda. Es perfecta cuando es divertida, cuando aparece riéndose con las amigas, relajada haciendo cerámica, o entusiasmadas en el estudio de grabación. Cuando es vulnerable, termina haciéndose bola porque en este documental la vulnerabilidad es un producto más.
Las lágrimas, no cabe duda que reales, son rentabilizadas hasta que Aitana siente que necesita aparecer llorando frente a una tablet para decirte que no sabe si su tristeza se llega a pasar. Se exprime su malestar hasta un punto incómodo, más lamentable que empático. Llega a dar lástima ver que toda esa gente la ha llevado a normalizar que su situación tiene que ser esa. Que no cabe alternativa sin su nivel de presión, éxito o momentum. Que ella no puede ser como el 95% de las artistas femeninas porque entonces no sería Aitana, por lo que parece. Ella tiene que estar siempre al límite.
Y en todo esto, lo único salvable del documental es precisamente ella. Porque es de las pocas que le pone algo de cordura a todo el asunto. Porque cuando la chica de 25 años, no la cantante con 8 años de curriculum, aparece en pantalla, resulta que todo mejora. Y esa mejoría llevar al resto de gente presente a parecer un asco. En esas aguas turbias que los ahogan a todos durante seis episodios, ella es la tabla de salvación.
Pero es, como decía antes, un perfil tan a la desesperada que no le pega nada. Como la mayoría de cosas que termina haciendo y la llevan a vivir, en apariencia, perpetuamente expuesta, presionada y agobiada, Metamorfosis no le hacía ninguna falta a Aitana. Es, como muchas otras cosas, un talón más firmado y cobrado.