Qué complicado un perfil como el de Soraya en mitad de este huracán latino que viene inundando la música desde hace más años de los que cualquiera pudiera haber esperado. Y es que sí, el latineo ya inundó los primeros dosmiles, con aquella explosión de Ricky Martin, una Gloria Estefan que acababa de arrasar y una J.Lo reinventada como cantante, pero la invasión actual va mucho más allá: en el mercado latino, es complicado que cualquier formato no urbano funcione en el género pop.
De modo que nos vemos inmersos en una especie de división entre el urban y el genérico-radiofriendly en el que Marta Sánchez, Soraya, Merche, Chenoa, y demás propuestas más inclinadas hacia lo popero tienen complicado su espacio. A esto, súmesele un factor de ageism que tampoco podemos pasar por alto: los artistas que sobreviven con impacto digno en el país, pasados los 35, responden todos y cada uno al perfil genérico-radiofriendly. Puede que se salve Alaska como parte de Fangoria, pero pocos ejemplos más vemos que sean capaces de retener sonido pop y público al tiempo.
De modo que Soraya también ha optado por reinventarse. Hasta cierto punto, porque recordemos que en su debut, aquel ‘Corazón De Fuego’ de 2005 que ha quedado un tanto en el olvido tras momentos ochenteros, eurovisivos, EDM y disparos directos al target LGTB+, Soraya ya hacía latino de la mano de Kike Santander.
Y Soraya vuelve ello con ‘Luces Y Sombras’, un álbum con esto, aquello, un poco de todo, y todo en busca del ‘hoy día’, al que definen estos tres titulares:
Mantiene un buen hacer en letras y melodías
Habla Soraya de que este, utilizando uno de los clichés más recurrentes del pop, este es su álbum más personal. Claro que en su caso, puede que sea cierto, porque el factor melódico y las letras en español le permiten soltarse más que en proyectos de antaño. Y demuestra que, con todos sus baches y peros, conserva buena mano: ‘Eclipse’ y ‘Mi Guardián’ son dos propuestas elegantes -la primera más sensual, la segunda más romántica-, en las que Soraya hace un buen uso de elementos más orgánicos y producciones más pop y electrónicas. Eso sí, la mezcla de la primera canción, en su primer minuto, ha sido una pésima idea: la instrumentación y la voz se escuchan en mono hasta que el estribillo arranca, imaginamos que de forma voluntaria, pero ejecutada de aquella manera.
‘Gimme De Tu Amor‘ es un reggae divertido y algo banal, al que no hay que dar muchas más vueltas, ‘Tu Promesa’ es un tema de corte algo Morat bastante bien salvado… Soraya conserva su tino en 2020, a pesar de lo descolgada que el tipo de mercado español la ha dejado en los últimos años.
¿Qué es luz y qué es sombra?
El título del álbum implica una parte más alegre y una más contenida. Y sin embargo, muchas canciones contenidas aportan bastante más luz que las que son determinadamente alegres. ‘Yo Brindo’ es una chabacanería que no hay por dónde coger ni como guilty pleasure, ‘Mala Mala’ es uno de esos cortes de estilo ‘Mujeres Y Hombres‘ en el que el papel de femme fatale de Soraya no hay quién lo digiera, y ‘Pati Pati Patá’ es todo lo guerrera que ella quiera, pero su sonido quedó obsoleto hace como un lustro.
Y es una pena, porque Soraya podría haber firmado una canción respondona, que plantase cara, como es la intención del tema, pero todo queda exagerado y cargante: desde un acento que no puede escucharse en ningún otro track del disco, pasando por lo conceptual de su título, llegando a la producción europeísta más para un Pre-Party eurovisivo que para una noche de club real.
De modo que en el terreno melódico se aporta más luz que en verbena forzosa: en la ternura de ‘Contaré Hasta 10’, dedicada a su hija y con ella como colaboradora, o en la antes citada ‘Mi Guardián’, donde Soraya canta a quien la cuida desde el más allá. Esta parte es el camino de rosas del disco, con la excepción de la regulera ‘Rompecabezas’, donde el silabeo LuisMiguelesco de Chenoa y la letra del tipo de “no se hizo la miel para el mal de muchos” no hacen sino poner la zancadilla al oyente.
La desconexión entre el trabajo y el personaje público
La parte de ‘Luces’ busca ser buenrollista, y el trabajo en sí tiene un halo disfrutón que no termina de desatarse por un motivo casi evidente: el perfil de Soraya no es el de artista buenrollista. Ella no da el pego de Ana Guerra. Ella no es una Rosana. No tiene ese perfil público de persona con la que apetece una noche de verano en la playa dándolo todo en el chiringuito, por lo que es confuso que sea lo que busca en el 50% del trabajo.
Soraya tiene un perfil más bien frio, distante, vista como alguien profesional, currante, guerrera, con carácter, etc. Que es por lo que, cuando salta ‘Lo Bueno’, cuesta creérselo. Incluso en su voz, tan enfocada en transmitir el jolgorio de la canción que termina cortando el rollo. Y eso que, a pesar de que el instrumental del pre-chorus entorpezca el objetivo bailón, ‘Lo Bueno’ pasaría todos los exámenes de radio y playlists si la hubiera cantado… Aitana.
De modo que Soraya se queda aguada en este cóctel que busca funcionar en el mercado actual. Se le ven demasiado las costuras, se intuyen mucho las intenciones del “si a David Bisbal le ha funcionado, ¿por qué a mí no?”. Es curioso, porque este arrebato de alegría de tintes latinos llega después del paso de Arnelas por el siempre buenrollista ‘Tu Cara Me Suena’, pero es que su incapacidad de jugar al juego del programa por aquel entonces ya daba pistas de por qué esto no funcionaría bien: Soraya no consigue pasar el filtro del colegueo como sus colaboradores Bombai tampoco pasarían, qué se yo, el de baladistas.
De modo que, cuando Soraya juega en terreno neutral, acierta, pero luego no. Posiblemente si hubiera seguido la senda de ‘Eclipse’ y ‘Pati Pati Paté’ en un álbum más sofisticado y guerrero, la hubiéramos criticado por haberse quedado algunos años atrás. Pero al menos lo hubiéramos sentido más Soraya.
No es que en su disco más sincero haya colado un puñado de trolas, es que en ‘Luces Y Sombras’ es evidente lo que es luz, y el resto… son medias verdades.
Temas clave: ‘Eclipse’, ‘Lo Bueno’, ‘Contaré Hasta 10’