Natalia Jiménez arrancó la edición de ‘OT’ haciendo ver en su primer speech que estaba acostumbrada a recibir críticas por cualquier cosa, en cualquier país. En España le teníamos muy perdida la pista, desde que participara como jurado -dios sabe muy bien en qué base- en aquel talent de cantantes de Antena 3 ‘El Número Uno’.
Y es que Natalia Jiménez tuvo un par de años de éxito con La Quinta Estación, pero su carrera como solista ha dejado después bastante que desear. En Spotify apenas tiene un par de hits solventes, y las escuchas de sus dos últimos álbumes son bastante escasas como para vender que es aclamada en México. Popular, si acaso, como en España es, erm… ¿Raquel Del Rosario?
Vaya, que no es que a Natalia se la llame para Televisión porque alguien la recuerde por ‘Me Muero’ o ‘Que Te Quería’ -las canciones se recuerdan muy por encima de su personaje-, se la llama porque da juego. Porque tiene cierto carisma en pantalla y resulta algo impredecible. Y porque es, y entiéndase esto en el sentido positivo de la palabra, una mamarracha. Como Lolita en ‘Tu Cara Me Suena’: no la llamas por ‘Sarandonga’, la llamas porque te cuenta anécdotas del siglo XVI y le dan ataques de risa contagiosos. Tiene imán. El caso de Jiménez, salvando las distancias, es similar.
[perfectpullquote align=”left” bordertop=”false” cite=”” link=”” color=”” class=”” size=””]“Natalia debía explotar su perfil de “mamarracha”, pero no lo ha entendido así: ahora es simplemente pava, pero de forma nada consciente del papel.”[/perfectpullquote]
El problema y la principal diferencia respecto a Lolita es que Natalia Jiménez no reconoce ese papel. Lolita se sabe mamarracha y lo exprime al máximo hasta hacer que el público empatice, se ría con ella e incluso en los momentos de mayor conflicto no le coja manía, sino que se quede pensando un “uy, qué le ha dado” que se le pasa al de unas horas.
Natalia Jiménez parecía arrancar la edición de ‘OT’ con ese punto de self-awareness que estaba entre el terreno hilarante y el divineo aceptable, pero el paso de las semanas está acercando su perfil a otro tipo de mamarracherío bastante más peligroso: el de la poca profesionalidad, el de la diva pasada de rosca con la que el público no empatiza. El de una Marta Sánchez de colegueo: es pava, pero no se ha dado cuenta.
Este vídeo de su Instagram Stories, en el que Natalia aprovecha para cargar contra una hater que la había llamado ‘engendro del mal’ es un ejemplo de lo mal que empieza a gestionar el personaje: exagera el acento mexicano hasta un punto ridículo -empezó el programa hablando bastante más neutro que ahora, que sólo le falta sacar el sombrero mariachi-, aprovecha para acordarse de “la mamá” de la usuaria en cuestión y asegura que “ahora van a ver que es un engendro del mal”, yendo de camino a la gala.
Sus valoraciones también han ido cayendo, porque lo que en la gala 0 parecía una inexperiencia simpática, ha terminado resultando una falta de profesionalidad cargante. Sus comentarios a los concursantes son generalmente vacíos y, cuando no lo son, es peor aún, porque tienen un punto hostil que nadie entiende en el formato. Se puede ser crítico y con tacto, y el formato no acepta la falta del mismo. Chirría. Y no resulta fresco y sorprendente, resulta muy fuera de lugar y ahuyenta a los seguidores.
En la última gala, Natalia nominó a Anne por un falsete que no había hecho -y que jamás los profesores le pidieron- y a Anajú por no tener “la fuerza necesaria” para una canción de Shaila Durcal. “Esto no es ‘Tu Cara Me Suena'”, le recriminó después Noemí Galera durante la gala, que también aclaró el tema del falsete de Anne. El tema de Anajú, en cualquier caso, se le fue más de las manos en Instagram, donde calificó el arreglo de la canción de “un horror”. Considerando que ella tiene algo como ‘Quédate Con Ella’ en su catálogo personal, es de tenerlos bastante cuadrados.
Un doble fracaso como jurado, el de esta semana, que se suma a una lista de deslices anteriores: aquella gala en la que no sabía qué decirle a su concursante, aquella otra en la que improvisó porque no escuchó a quién tenía que hablar, el hecho de llevar un mes sin aprenderse las expresiones del concurso (nunca acierta en decir bien “cruza la pasarela” o “te proponemos para abandonar”) o aquella valoración en la que se dirigió a Nia con una voz borderline ghetto en la que sólo le faltó soltar la n-word y quedarse tan ancha.
Natalia Jiménez debió llegar a ‘OT’ para aportar desparpajo y naturalidad a un jurado bastante dentro del tiesto y bastante 2002, pero su perfil no está cumpliendo. Y al final, el recorrido de la bruja del tren de los talents es bastante cortoplacista: la gente se cansa enseguida de recibir escobazos, y se baja en la quinta estación. O incluso antes.