Lo decíamos según la gala transcurría a través de la emisión española de MTV: nadie libraría al show de marcar un mínimo histórico de audiencias al día siguiente. Y las previsiones se han cumplido, dejando a los VMA de 2018 como los menos vistos de su historia desde que arrancaran en 1984.
Y los datos fueron preocupantes, porque la gala ya venía de tocar fondo en 2017, cuando Katy Perry presentaba una edición que apenas atrajo la atención de 5,36 millones de personas y un 2,6 de rating. Datos buenos, sí, pero muy alejados de la espectacularidad de los Grammy (19,8 millones, 5,9 rating) o incluso galas menores como los Billboard (7,9 millones, 2,4 rating).
Los datos de 2018 han sido peores aún: apenas 4,87 millones de espectadores han contectado con los, ojo, ocho canales de televisión americanos que transmitían la gala, marcando 2,2 puntos de rating, cifras buenas, pero sin fuegos artificiales.
Pero como os decíamos, los números no sorprenden: los VMA ya partían con críticas al elegir en Radio City Music Hall de Nueva York como sede, por las reducidas posibilidades de su espacio, que forzaban la gala ser encajada en un escenario poco ambicioso, pobre, y necesitado de los muchos efectos digitales que lo fueron adornando durante la noche, haciendo ver que era más grande de lo que era realmente. Si desde casa ya se intuía pequeño, en directo tuvo que ser tremendo, sin las ampliaciones en 3D y los efectos voladores.
https://www.youtube.com/watch?v=_tPIq1SB4Dk
En el escenario llovió -sobre Shawn Mendes, aunque en televisión se vio lluvia en todo el teatro-, nevó (no realmente) y las actuaciones -como la de Ariana Grande– se amplificaron con ordenador, porque realmente allí poco podía pasar. Triste fue, de hecho, ver el suelo repleto de pisadas y marcas cuando Jennifer Lopez actuaba, porque por no haber, no había ni LEDs bajo sus pies.
Y el otro problema evidente fue el line-up, sin un gran golpe de efecto entre sus estrellas: abrió la gala un Shawn Mendes en horas bajas, la cerraron unos Aerosmith imposiblemente peor ubicados. ¿Realmente es un cierre así lo que busca MTV para su audiencia?
Sin Drake, Taylor Swift, Ed Sheeran o Bruno Mars, y con Cardi B apareciendo, de forma anecdótica, al principio de la gala, MTV tuvo que tirar de los nombres que tenía disponibles. Populares, evidentemente, pero insuficientes para conquistar al público. Su principal ganadora, Camila Cabello, ni siquiera actuó y acaba de lanzar un nuevo single.
Y si el line-up fue catastrófico, peor aún es la dejadez de la cadena con sus guiones: speeches de presunto humor que apenas arañaban con la ironía, presentadores a los que el público ignoraba directamente, y un ritmo espantoso partido por una publicidad de mayor duración que la gala.
Los VMA han perdido la clave que les daba seguidores: los momentos de espontaneidad, el escándalo repentino, la magia de lo imprevisto. Este año, hemos tenido que conformarnos con un shade a Fifth Harmony y un fail en el speech de Madonna. En una gala en la que Lady Gaga se desangraba, en la que Miley seducía a Robin Thicke, en la que la propia Madonna dejaba boquiabierto a Justin Timberlake, Diana Ross tocaba un pecho a Lil Kim y Kanye West interrumpía la entrega de un premio.
El shock, lo inesperado, lo que generaba titulares al día siguiente. Eso es lo que ha perdido MTV en unos VMA predecibles, sin ritmo, sin gracia, y sobre todo, sin la ambición de permanecer como la gala insignia de la gente joven: apenas un 1,1 de rating para el público entre 18 y 49 años.
Normal, cuando el plato gordo de la edición fue la actuación de una mujer de 50 años, el fail de una de 60 y el cierre de uno de 70.
https://www.youtube.com/watch?v=O0oQCmnvvl0
