Este año no podemos decir que el problema de los Grammy sea un problema racial: la Academia se ha guardado bien las espaldas con unas nominaciones que, claramente, buscaban huir de la polémica racial. Tanto es así, que sus nominaciones han cantado desde el principio, por todo lo forzado del asunto. Al fin y al cabo, sabíamos desde la publicación de las nominaciones que Bruno Mars se haría con todos los premios habidos y por haber.
Y sí, lo sabíamos porque era el más blanco entre los negros. Premiar a Lorde, única blanca -y mujer- de la categoría de Álbum Del Año hubiera sido un canteo, y además, no tenía posibilidad alguna porque su nombre era uno de los dos elegidos a dedo por el comité de votación -sí, tienen potestad para incluir unos pocos nominados a por “mérito” aunque no hayan conseguido votos suficientes-. Por lo tanto, había que votar al más blanco de los negros.
Pero como decimos, el problema de los Grammy no es racial este año, es simplemente tradicional. Es un problema de cierre de miras, de fronteras musicales, de no tener la mínima capacidad de superar las melodías más carca y previsibles, por mucho speech progre y nominaciones actuales con la que se adorne la edición. Porque recordemos que Bruno Mars se ha llevado 7 Grammys con un álbum que podía haber visto la luz en 1982. Es, de hecho, tan sumamente conservador, que la mayoría de la crítica le hecha en cara haber terminado firmando prácticamente un tributo a Michael Jackson.
Pero como decimos, sabíamos que iba a ganar: porque los votantes son los mismos que dejaron a ‘Lemonade’ sin premio en favor de un ’25’ grandioso, sí, pero poco arriesgado. Los mismos que dejaron sin premio a un ‘To Pimp A Butterfly’ en favor de un ‘1989’ grandioso, sí, pero poco arriesgado. Los mismos que premiaron ‘Babel’ teniendo ‘Channel Orange’ entre los candidatos. El ir a lo seguro, el no permitirse el más mínimo paso fuera del terreno conocido. El no arriesgar el más ligero de los debates. El premio previsible y aburrido.
No estamos hablando de que Bruno Mars no mereciera el premio, aunque ciertamente puede ser el álbum de su carrera con el que más pueda debatirse su victoria, hablamos de un problema mayor, a través de los años, que sobrepasa el tema racial: hablamos, nuevamente, de la desconexión generacional de los Grammy.
Hablamos de volver a entregar el Urban Contemporary a un disco que es directamente pop como el de The Weeknd, hablamos de dejar a alguien como SZA sin galardón alguno, hablamos de que Alessia Cara haya sido la única mujer premiada en una gala de 4 horas. Un problema de tradicionalismos, de desanexión, de unos Grammy en coma que necesitan recuperar la credibilidad con un bypass que los devuelva a 2018.
Un ridículo histórico más a anotar en la libreta, y ya son demasiados años.