Las cosas se ponen tensas entre Ucrania y Rusia, un año más, sólo que esta vez no por culpa exclusiva de la delegación rusa, que como cada año, nos da una pereza terrible. Este año los de Putin han optado por la cantante Julia Samoylova, que actuará en silla de ruedas en Eurovisión y con la que se juega una terrible baza: la de evitar los abucheos por la discapacidad de la muchacha. En cualquier caso, el problema real con ella no es el de la empatía facilona o el hecho de que su propuesta sea un auténtico bodrio, sino el hecho de que el gobierno ucraniano parece haberle prohibido actuar en el festival.
¡Qué! ¿Cómo es que un gobierno puede decidir quién actúa y quién no? Pues muy sencillo: porque Julia se saltó una ley ucraniana para dar un concierto en Crimea en 2015 en favor de que la península que anexionara a Rusia. Esto se condena con 3 años de no aceptación en el país de Ruslana, lo que inmediatamente la dejaría fuera del festival el próximo mes de mayo.
Una decisión un tanto absurda para un festival que se presenta con el lema “¡celebremos la diversidad!”, pero que parece no será cambiada. Y tampoco Rusia está dispuesta a dar el brazo a torcer, ya que ha anunciado que no cambiará de representante y que “Ucrania está politizando el festival”. Por una vez, le damos la razón a los rusos, y es que, problemas políticos aparte, Eurovisión debería ser un símbolo de unidad y no de presentación de tales conflictos.
La realidad es que los dramas entre Ucrania y Rusia cada vez nos están dando más pereza, y extienden nuestra antipatía hacia ambos competidores, a los que francamente dejaríamos fuera hasta que sean capaces de participar en el concurso como todo hijo de vecino, sin querer acaparar tanto foco y atención con sus historias.
¿Decidirá Rusia no participar finalmente en la edición de este año? ¿Cederá Ucrania y aceptará que Julia se suba al escenario? ¿Lo hará vía Skype como Amy Winehouse en los Grammy? Tendremos que esperar y ver.