Cuando en plena pandemia todos los álbumes empezaron a ser retrasados porque nadie podía salir a la calle a hacerse con una copia y Universal Music decidía seguir adelante con el lanzamiento del segundo álbum de Miriam Rodríguez, publicándolo únicamente en formato digital en un principio, lo avisamos. Aquella estrategia no supondría sólo en fiasco del álbum -a la vista estuvo, apurando 12 semanas en lista gracias al lanzamiento físico meses después, viniendo de vender más de 20k del primero-, sino el de su carrera en general. Era una forma suicida de lanzar un disco de afianzamiento.
Y aquí la tenemos, fichada ya no por una major sino por el sello independiente de Melendi, disfrazada de Gwen Stefani y firmando un single que suena a Sebastián Yatra hace un lustro. Y no sólo por la producción, sino porque Miriam, además de la continua cadencia colombiana, llega a sesear en algunos puntos. Ella nació en la mismísima Barranquilla. Su caderas jamás han mentido. Lejos queda la muchacha gallega guitarra al cuello con canciones pop-rock que coreaba un teatro completo. Ahora busca la aprobación de su barriada y de Carlos Vives. Lo único de este pop que hace justicia al verbo ‘vivir‘, dicho sea de paso.
‘La Última Función’ es un tema de dos minutos clavados, para evitar el previsible skip en plataformas digitales, que realmente deja a Miriam en una incomprensible tierra de nadie cuando más o menos se entendía de qué iba la vaina. Ya no, ahora lo suyo es el melódico latino del que prácticamente todo el mundo ha pasado página ya.
¿La buena noticia? Siempre le quedará colaborar con Carlos Baute en un remix en un momento en el que él tenga la agenda vacía y no tenga que acudir a ningún evento nostálgico junto a Coyote Dax y Naim Thomas. Un futuro, por cierto, que como esta historia no de un volantazo contundente y alguien se ponga las pilas con el ideario y el sonido, es más que previsible que termine siendo también el de Miriam.
Bless this melodic mess.