El mundo del pop es, en muchas ocasiones, un gran número teatral. Un juego entre el ser y parecer en el que hay que saber jugar la partida para poder seguir tirando los dados. Precisamente por eso, el nuevo álbum de Belén Aguilera parece haber sido compuesto con un escenario de tablas en mente. Anela tiene, como el último tour de Lady Gaga, muchos elementos del teatro clásico, de lírica, de performance. Las referencias que hace a El Fantasma de la Ópera no son baladí, de hecho, porque Anela es un álbum con un universo propio, sí, pero que nos viene hablando de un mundo de máscaras y del choque entre la realidad, las expectativas y la ficción.
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Para un álbum pop, tanto revestimiento puede parecer pretencioso. Lo interesante de Anela es que es una pretensión autoconsciente. Es barroco con intención; quiere confundir al oyente con el juego de lo que parece y lo que es, lo atrapa con unas producciones oscuras, hipnóticas, distorsionadas y mientras tanto, Belén Aguilera se confiesa en un trabajo que siente al tiempo, como la lectura de su diario y del de uno mismo. La artista hace una radiografía de sí, pero como en otras ocasiones, esos rayos-equis sirven también para desvelar los secretos de los demás.
El disco arranca con Nacer Para Morir; una canción que habla precisamente de cómo ha llegado hasta aquí. Un tema cargado de filtros vocales, arreglos de cuerda, frágil, etéreo, que explica la huida de Belén de lo conocido para llegar a un proyecto que la siga definiendo sin mayores intenciones comerciales. La canción guarda similitudes con What Was I Made For? de Billie Eilish, porque ambas se plantean, en cierto modo y de una manera muy delicada, la búsqueda de la felicidad. El punto de partida del disco también será clave al final del tracklist.
Belén, como decía, juega y de qué manera: Ático tira de techno-pop machacón mientras habla de la dualidad de todos, guardando una parte de nosotros de la vista del resto; una temática que se une a la de Mutantes, de producción más clásica, orquestal, con trasfondo lírico, en la que Belén sigue hablando de las máscaras: esta vez de las cambiantes que nos ayudan a adaptarnos a cada persona y situación.
Unas máscaras que sirven no solo para encajar en el mundo que nos rodea, sino también para buscar un amor que muchas veces idealizamos. Un continuo show de disfraces que Belén explica en Salvamento, una canción en la que trata el ideal de amor romántico y la forma en la que nos entregamos a él como clavo ardiendo. Arranca, de hecho, con la voz más distorsionada que en el resto del trabajo y culmina limpia, con la consciencia de lo que se está haciendo. Deja, de paso, una de las mejores letras del disco: “no sé hacer el amor, sé hacer penitencia”.
Otra de ellas, que además muestra la capacidad de Aguilera de dejar un mensaje con las frases más sencillas, llega en Dama en Apuros, un corte trip-hop en el que dice “déjame llorar para mañana ya no llorar”. Es una de las canciones más pegadizas del disco, una de esas en las que Belén deja claro que no renuncia, a pesar de sus ambiciones en la producción, a estructuras pop claras, directas, tradicionales en el fondo aunque no en el frente.
Lo hace también en Soledad, otro de los cortes más personales, en el que Belén saca de sí un lado más años 50, un espíritu ciertamente Rigoberta Bandini, mientras le canta al espíritu de su abuela Soledad que no la juzgue por las decisiones que ha ido tomando en el camino a donde ahora mismo está.
Belén Aguilera ha tenido siempre su punto lunero. Su espíritu astrológico, del más allá, del horóscopo… otra demostración de que es parte de una generación que, con motivo, necesita confiar en que algo más habrá de lo que ahora hay. Belén llega incluso a fantasear con echar en falta cosas que no ha vivido en Como Puedo Volver, el corte más sencillo del disco en lo musical, y paradójicamente, el más disociado con la vida en contenido. Pero no se detiene ahí, en el R&B noventero de Bruja, considera que su intuición es en ocasiones tan certera que parece mágica; en Eclipse asegura “si los astros y las cartas aciertan con lo mío hacen que no me parta” mientras deja un corte muy Fangoria en su uso de las esdrújulas.
Pero Eclipse no solo deja astrología entre nuestras manos; también el desarrollo de la narrativa que arrancaba con el primer track. Belén dice “me olvidé del poder que tengo (…) duele pero todo acaba”, porque Anela, en todo su envoltorio fantasmagórico, va desarrollando una historia, va desatando los nudos de los que Belén nos habla desde que publicara su primer EP, Dormida. Y este paso es esencial en su carrera, porque el EP Metanoia la mostraba estancada, sin poder direccionar una historia interesante de base.
No es el caso de Anela; es posible que su camino no haya sido el más fácil, tal y como hace ver en Laberinto, otra de las piezas más pegadizas del álbum —que referencia muy directamente a El Fantasma de la Ópera—, pero Belén va dando pasos a lo largo del tracklist (“en mis días más oscuros, vivo en la sad girl era, ya vendrá la primavera” dice en Dama En Apuros, “creo que me empiezo a perdonar”, en Eclipse).
Y su faux-ópera-pop culmina con Aquí Estoy Bien, el track final que une toda la historia con su principio. Como os decía, el primer track del disco era importante porque, poco más de media hora después de escucharlo, Belén se muestra apreciando el aquí y el ahora. La vemos aceptando sus luces y sombras dando un paso adelante. Aunque no exista la Arcadia —de ahí Anela—. Con un punto de psicodelia pop en el final, Belén no solo termina de dibujar una cárcel de sentimientos confusos que muchas veces nos encierra a todos; es que se guarda la llave debajo de la lengua.
9.1
Temas destacados: Ahora Que Estoy Bien, Soledad, Laberinto.