En 1997 nacía Kapo en Zaragoza. Zaragoza, Colombia, que ya estabais flipando pensando que este señor en cuestión era maño. Pues no, es colombiano, como Shakira, Karol G o Beatriz Pinzón. Y este es un post de apreciación al material que ha ido dejando en los últimos meses. Que ahora sí que estaréis flipando porque desde cuándo hablamos aquí de señoros. Pues bueno, hoy, que me he tomado un Nestea de mango-piña y me he venido arriba.
Kapo tiene algo como refrescante. Él pone los cubitos de hielo en medio del ron-cola cargadísimo que suele ser el urbano en general. Tiene un punto de ternura en mitad del mar de maromos que más que seducir a nadie, parecen el meme en el que un muchacho le grita algo al oído a una chiquita en mitad de una discoteca. Kapo no. Kapo te trae amablemente una bolsita con Sugus. Kapo es ese muchacho al que le hace ilusión ver una película de Netflix con una mantita en el sofá. Y acaba viendo la película de verdad, no como eufemismo. A Kapo le emociona hacer contigo un bizcocho por montaros una pelea de harina entre risas. A esas alturas, Maluma ya te hubiera puesto nata hasta en el apéndice y sería todo de un pringoso casi incómodo.
Musicalmente, que ya he perdido el hilo, Kapo mezcla los ritmos tropicales con el afrobeat. Kapo suena a hacerte una batería con dos cocos. Kapo suena ukelele en un paisaje con lianas. Kapo hace sufrible a Camilo. Y su voz, que los expertos denominarían aterciopelada, suena como si Joaquín Luqui hubiera sido alumno de la academia de Carlos Marco. Suena a Mila Ximénez habiéndose tomado un propoleo. Una afonia suavecita, un carraspeo romanticón, un Macy Gray para el público gymbro.
Kapo proporciona a ese target un momento dulzón entre tabla de ejercicios y tabla de ejercicios; les permite dejar la rueda de caucho gigante en el suelo por unos segundos y tomarse un sorbo de agua pensando en dónde llevar a su novia esa tarde. Un lugar que, por una vez y sin que sirva de precedente, no huela a aceite de coches ni sea La Tagliatela. Es terminar la canción de turno de Kapo y vuelven a la realidad, a sacudir una cuerda por algún motivo con una camiseta cuyos tirantes son claramente insuficientes.
En los últimos meses, Kapo nos ha dejado un buen puñado de hits: los propios (Ohnana, Uwaie y Aloh Aloh -sí, la magia de sus temas también pasa por que todos parezcan nombres de componentes de Sugababes-) y las colaboraciones, como las de Danny Ocean (Imagínate) o Manuel Turizo (Qué Pecao). Están que se lo rifan. Es, como diría Rosa Benito, SU MOMENTO.
Y mira, yo he caído en la red de todas estas canciones que arrancan con el canto de una cacatúa y una muchacha diciendo el nombre de su productor, Gangsta, como si fuera el 2000 y Craig David se mentara a si mismo en sus primeros singles. Me apetece, de vez en cuando, un momento selvático que tenga espíritu de piruleta y nube de algodón. Y la voz de Alejandro Sanz haciendo cosplay de Lydia Bosch.