Cuando pensamos en los Reyes del Pop, inevitablemente nos vienen a la mente Madonna y Michael Jackson. Dos caras que simbolizan, a su vez, dos formas diferentes de situarse en la cima, que se han ido perpetuando con el paso de las décadas. Él, siendo fiel a un sonido e imagen y perfilándolo paso a paso, y ella, reinventándose y jugando mucho más con su proyecto.
La estrategia de Jackson, que aún hoy siguen muchos de los artistas pop contemporáneos (Ariana Grande, Justin Timberlake, Bruno Mars, Rihanna…) es más segura pero arriesga una paulatina pérdida de efecto comercial con el paso de los años, si no se guarda cierto as bajo la manga de cara a cada lanzamiento. Mariah Carey, por ejemplo, es un símbolo de ello: la artista sigue en forma en sus giras, pero los discos apenas mueven unidades desde hace ya más de una década.
La estrategia de Madonna, la de la reinvención, garantiza ser imán para nuevas generaciones, refresca el producto y puede hacerlo atractivo para más público, pero es complicado de llevar a cabo en condiciones. Lady Gaga, por ejemplo, ha sido capaz de salir bien parada de distintos perfiles -el jazzy, el orgánico, el dance- y distintos imaginarios para cada era, pero Christina Aguilera ha agonizado al tratar de pasarse a la electrónica, la nostalgia y transformar su sonido e imagen durante varios años.
Y esto nos lleva al caso de Katy Perry: ¿cómo una artista que llegó a encadenar media docena de #1s en una misma era pasó al ostracismo absoluto en apenas unos años? Diez años después de aquel ‘Teenage Dream’, el appeal comercial de Katy Perry no es ni la sombra de lo que fue. Ella fue víctima de esa ‘cultura de la reinvención’ que pesa especialmente sobre las artistas femeninas pop.
Y es que, cuando en 2013 Katy Perry regresaba con ‘Prism’, lo primero que conocíamos del trabajo era un vídeo suyo quemando las pelucas azules de la anterior etapa. Daba la sensación de que quería romper con todo aquello, anunciaba una nueva Katy, se distanciaba de un proyecto que había supuesto su absoluta gloria. Pero en realidad, no lo hacía: llegaba ‘Roar’, con su clip en la jungla, con su aspecto teatral, con su humor y su sonido fresco y juguetón.
Porque Katy Perry no se había reinventado lo más mínimo, pero quería anunciárselo así al mundo. Quemando pelucas. Con una carátula más natural. Aunque después arrasara con ‘Roar’ y ‘Dark Horse’, que tiraban totalmente del imaginario cómico-colorista de la anterior era. ‘Unconditionally’, el único clip de ‘Prism’ que no bebía del espíritu anterior, fue el single más ignorado de la etapa. Y eso que fue el segundo en ver la luz.
Y cuatro años después Katy Perry se había cortado el pelo, teñido de rubio y era prácticamente imagen de la campaña Demócrata en Estados Unidos. De nuevo, Perry trataba de reinventarse, rompía puentes con las pelucas azules y las tetas con nata, con la imagen de estrella del cómic y el pop facilón. Y volvía con mensaje social en ‘Chained To The Rhythm’ y un álbum de aspecto conceptual.
Pero en apenas dos singles, Katy Perry daba marcha atrás con los vídeos de ‘Swish Swish’ y ‘Hey Hey Hey’. Un pasito para adelante, dos pasitos para atrás. Katy Perry tenía la necesidad de reinventarse, pero la huída sólo resistía una breve temporada. La marca que su personaje había creado años atrás vuelve tarde o temprano para salvar cada era.
Y el público siempre la recibe con cierta suspicacia, porque esa ‘cultura de la reinvención’, esa que ha llevado a Katy a querer separarse de lo que todo el mundo entiende que es Katy Perry, provoca que sus regresos a la esencia sean visto con cierto tinte de desesperación. Ya no se la intuye a gusto en la payasada, porque se empeña, álbum tras álbum, en hacernos ver que tiene mucho más que ofrecer.
Y ha vuelto a ocurrir en ‘Smile’: Katy tira de la cuerda, como se ha visto en toda la promo de ‘Dasies’, pero la elasticidad la devuelve a vestirse de payaso en la supuestamente más reconocible ‘Smile’. Y el tira y afloja es agotador. Y lo peor es que esa Perry a la que se aún se intuye huyendo de ‘Teenage Dream’ es una mujer que ha ido desperciando la oportunidad de limar un perfil que el público abrazaba. Asumirlo como propio e ir dándole pinceladas. Vivirlo con el orgullo de haber creado una marca.
Porque sintió que en vez de ir construyendo su proyecto sobre la base de 2010, lo que necesitaba era dejarla atrás. Ser una nueva ‘ella’. Tener otra imagen. Otro sonido. Ser la estrella el pop que funciona en esto y en lo otro. Pero olvidamos que el mérito de las reinvenciones de Madonna recala precisamente en lo complicado que es llevarlas a cabo con éxito. Y sobre todo, con convicción.
A Katy, posiblemente, le hubiera funcionado mejor hacerse un Michael Jackson.