Hay interés por el nuevo álbum de Lady Gaga, y es que la artista llega de un panorama bastante complicado: después del relativo mal funcionamiento de ‘ArtPop’ (unos 2,2 millones vendido mundialmente, menos de la mitad que su anterior disco) y sus singles, al renacer como estrella del homenaje y del jazz de club y teatro. En el fondo, otro disfraz, mejor que los de ranas de peluche o filetes, porque con este, al menos, volvió a ganarse al público y la crítica.
Y es que qué directos dejó en los Oscar o sus apariciones junto a Tony Bennett. La estrella ha sido readmitida como fuente de talento, pero no es hasta ‘Joanne’ cuando Gaga se enfrenta, de nuevo, al éxito comercial. Y el álbum, en ese sentido, parte de un problema de base: es muy difícil que funcione comercialmente, porque los fans de Lady Gaga no van sino en detrimento, y la credibilidad de la artista es puesta en tela de juicio por cada público del estilo por el que fluctua.
Es decir: ¿cuántos fans del jazz easy listening compraron ‘Cheek To Cheek’? ¿y cuántos fans de country-folk americano están dispuestos a dar el brazo a torcer con ‘Joanne’? Posiblemente pocos. Menos aún que cuando ‘Cheek’, nos atrevemos a decir, porque Gaga llega sin padrino. Y sin él, sin el público ajeno a su carrera que le otorgaría, la cosa está muy difícil.
Porque no nos imaginamos a alguien que lleva años berreando ‘Poker Face’ disfrutando con la acústica relajada de ‘Joanne’ o ‘Million Reasons’, aunque detrás de ellas pueda esconderse la mejor Gaga baladista. No imaginamos a alguien que disfruta de la sobreproducción de temas como ‘Born This Way’ o ‘Marry The Night’ confirmando en la sutileza de ‘Hey Girl’, más Florence que Gaga.
Qué complicado que alguien acostumbrado a bops como ‘Paparazzi’ o ‘Telephone’ acepte con alegría los toques Black Keys que tiene ‘John Wayne’, o los arrebatos de rock ochentero que suponen ‘Diamond Heart’ o ‘Perfect Illusion’. Es más, al fracaso de este último nos aferramos: pocos compran a esta nueva Gaga.
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Y es que, por mucho que se venda el producto como “la auténtica Gaga” o como “una reinvención de Gaga”, lo único que se intuye de ‘Joanne’ es que más que reinvención, es todo una invención del momento. Incluso con lo divertida que resulta en ‘A-Yo’, una evolución lógica de la Miley Cyrus post-fiestera, o en ‘Dancin’ In Circles’, que casi parece más bien un acierto para Gwen Stefani. Al final, en todo el producto, a Gaga sólo se la intuye en la voz.
Y cuidado, ha firmado un disco estupendo, con muchísimos matices en lo vocal, porque este disfraz de perfecta imperfecta americana es quizás el que mejor le siente. Especialmente cuando cierra el álbum con ‘Angel Down’, que lo mismo sirve de crítica para el control de armas, que para los crímenes raciales de Estados Unidos.
Gaga se ha puesto íntima, intensa, pasional, tiene una docena de temas que más o menos dan en la diana de lo que supondría un buen álbum, pero, ay, qué difícil le va a resultar convencer a su público de eso. Y más aún que el resto le haga caso después de tanto brilli brilli y tanto llegar metida en un huevo a los Grammy.